Y me subí. Dos veces.

Hola, estamos a 2 de diciembre de 2017. Y me he subido a un avión. Bueno, a dos.

Me subí la semana pasada. Y ojalá me hubiese subido ayer. Y ojalá me hubiese subido hoy. Porque le sigo teniendo miedo. Porque me sigo teniendo miedo. Pero ya no me incapacita. Ya no. No digo «nunca más», porque nunca se sabe. Pero, amigos, ya nada volverá a ser como antes.

¿Que qué tal fue el viaje? Esa pregunta no se puede contestar con una sola frase. Se debe hacer con un gran blablabla.

Ese viaje empezó en verano. En aquella tarde que me dije «llevas tiempo queriendo ir a Zaragoza, vete». Me subí al coche y me fui. Llegué a casa cinco horas después. Aquel día no pude ni bajarme del coche.

Ahora que pienso… estoy mintiendo, antes de ese día, lo intenté otra vez. Pero me di la vuelta al cabo de ¿50 kilómetros? Por aquel entonces aún me sentía mal por sentirme mal. Por no llegar. Por quedarme en el camino.

Hasta que me di cuenta de que no llegar, de que «quedarte en el camino», no es más que parte del mismo. No pasa nada. Es más, mejor así. Porque, llegar y besar el santo, no tiene gracia.

Tras el conato de paseo por Zaragoza, tenía que volver y conseguirlo. Lo hice, e hice unas fotos cojonudas. Volví a casa como el niño que va a clase con todos los deberes hechos. Bien hechos.

El próximo reto era ir a Jaca. Y fui. Dos veces.

La primera fue caótica. Me puse malo por el camino. Tenía un bicho dentro de mí que hacía que mi estómago tuviese más efectos sonoros que una lista de Spotify de música electrolatina. Pero llegué. Porque tenía que hacerlo. Como cuando de pequeño TIENES que cruzar la piscina buceando, porque ya eres mayor.

Llegué, di la vuelta y para casa.

Semanas (o meses) después, tenía que volver. Para mí ya había estado, pero no contaba. Si no paseas por unas calles, no puedes decir que has estado en un sitio. Pero tranquilos, es una norma mía. Cada uno tiene las suyas.

Me fui. Pasé una noche. Y volví a hacer una fotos cojonudas.

Siempre recordaré aquella vuelta a casa como uno de los trayectos en coche más emotivos, hasta tuve que quitar a Fito porque me mareé de la emoción. Soy poca cosa.

En ese punto, ya había conseguido todos los retos que para mí eran terrenales. Siempre en mi coche. Siempre yo solo. El margen de error era real, pero las variables estaban controladas. Eso último lo digo ahora.

En ese viaje a Jaca ya llevaba tatuada la punta del iceberg; un avión. Pero no era el siguiente paso.

Lo más parecido, PARA MÍ, a subirme a un avión, era hacerlo en el AVE. Y lo hice. ¿Cómo no iba a hacerlo si era lo que sabía que tenía que hacer? Me fui a Madrid,  a ver a mi buen amigo Óscar. El mismo que trabaja en la radio. El mismo que tenía que trabajar ese fin de semana. El mismo que tenía que trabajar en un concierto. Y me fui con él. Y fue muy bien.

Resulta que lo de menos de aquel fin de semana, fue ir en el AVE. El viaje de vuelta fue fenomenal. Hasta vi una peli de Scarlett Johansson. Luego me quejo de que la vida me trata mal…

Al llegar a casa estaba muy contento. Había dado un paso más, pero sabía que eso me acercaba al siguiente peldaño.

Una semana después me puse a mirar vuelos, por curiosidad. Todo me parecía caro para un ida y vuelta fugaz. El precio a Ibiza me pareció bien. Puse los datos de la tarjeta de crédito para ver el siguiente paso. Y me llegó un correo con el asunto «Confirmación de reserva». En ese momento supe que no había marcha atrás. Siempre la hay, pero no pensaba recular.

Tenía 15 días de plazo, para pensar, para no pensar. La primera semana fue un poco de jiji jaja. En la segunda, mi oscuro pasajero no callaba. Tenía miedo. Teníamos miedo.

No voy a marear más la perdiz. Me fui al aeropuerto. Me puse música. Me subí al avión. Subí el volumen. Me emocioné. Bajé del avión. Me puse «Oigo música», la canción que me ha acompañado tras cada prueba de esfuerzo máximo. Me fui al hotel. Me dormí. Desperté. Hice fotos. Volví al aeropuerto. Me puse música. Me subí a otro avión. Toqué la batería y la guitarra mientras miraba por la ventana. Llegué a Barcelona. Todo era igual. Todo era diferente.

Madrid, Bilbao, Sevilla, Ibiza, Alicante o Santander. Dicen M-Clan en «Souvenir», me he propuesto ir a todas ellas. Ya tengo dos «check».

Soy el artífice de mi éxito. Pero quiero agradecer a esas personas que me han dado empujoncitos. Bueno, miento, no me han empujado, simplemente se han detenido un rato junto a mí. Ya sabéis quiénes sois, ¿verdad?

Publicado por

Alberto Cuadrado

Buenas noches (o lo qué sea), bienvenidos, gracias por estar aquí.

6 thoughts on “Y me subí. Dos veces.”

  1. Tienes una capacidad de superación que muchos quisieran para ellos. Te propones algo y hasta que no lo consigues no paras de intentarlo, pero en esta vida es más importante el camino que el destino en sí.
    Claro que el camino no ha sido fácil, si lo hubiera sido no tendría tanto valor la meta, el cómo te sentiste al conseguirlo, y ese sentimiento es el que tienes que guardar para cuando inicies una nueva meta y te entre miedo, ese sentimiento de victoria hará que el miedo se haga más pequeño y tú más grande
    Sigues siendo mi héroe, mi ejemplo a seguir, en quien pienso, además de mis logros cuando me tengo que enfrentar a algo complicado y creo que no lo conseguiré.
    Has tenido la fuerza de ver que tenías un problema y pedir ayuda, y mira todo lo que has conseguido, ahora te espera el para que lo conquistes Sigue adelante y solo mira atrás para ver lo que has conseguido

    1. Soy el héroe de alguien. Madre mía. Nunca me habían dicho algo así y dudo que vuelva a pasar. Muchas gracias por tus palabras y apoyo incondicional. Si yo he podido, puede todo el mundo. Soy un ser terrenal 🙂

  2. Eres el mejor Bro. Poco a poco te vas superando. La vida consiste en eso, que ella te vaya poniendo obstáculos y que nosotros los vayamos superando. Espero que la próxima vez vengas a Cáceres.

    Te quiero tío.

Responder a Flor Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *