Jackie, el inquieto.

Millones de ideas rondaban por la cabeza de Jackie. Su mente era un hervidero de inventos y probaturas. Ensayo y error, ensayo y error. La solución nunca le hacía una visita. Puede que el motivo fuese que no sabía qué estaba buscando.

Un día se le encendió la bombilla. Literalmente hablando. Nunca pensó que aquel camaleón podría producir electricidad. Pero tenía que descubrir cosas. Para descubrir hay que aventurarse y eso es lo que hizo.

El camaleón no sufría lo más mínimo. Enviaba la energía mediante una pequeña antena situada en una gorra que el mismo Jackie tejió una tarde de domingo.

Ahora contaba con una fuente de energía con la que jamás había contado.

Llevaba años estudiando a esos bichejos. Lo sabía (casi) todo de ellos. Menos eso de que también eran baterías come-moscas. Todo ventajas.

Un día se dio cuenta que si el camaleón se veía a si mismo reflejado en un espejo, la potencia que generaba era el doble.

Y en aquel momento pensó en ese reflejo infinito que se produce cuando estás entre dos espejos.

Tenía ante si una fuente inagotable de energía.

Se le encendió la bombilla. Esta vez figuradamente.

¿Por qué no avanzar en el proyecto del viaje espacial?

La capsula estaba lista desde hacía tiempo. Pero no sabía cómo disponer de una batería que le permitiese no tener que parar a recargar. Ya que intuía que en el espacio exterior no había «gasolineras», aunque eso solo eran conjeturas.

Continuará…

 

Publicado por

Alberto Cuadrado

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