[Suena una notificación]

«Hola», ponía en ella.

Hasta aquí todo más o menos bien. Ese mensaje se podía contestar sin hacer equilibrios sobre una cuerda y una barra en las manos.

Segundos después, otra notificación: «¿Cómo estás?»

Mierda.

No le apetecía contestar a ese mensaje. O eso se decía una y otra vez. Aunque cada día, al despertar y activar el Wi-Fi, solo se fijaba en si le había vuelto a escribir. Pero no.

Le gustaba que le contestasen a los mensajes. Y le gustaba más aún que le tratasen como le gustaría ser tratado.

Cogió el móvil y…

[piensa]

¿Qué como estoy? Estoy despierto, aunque poco se diferencia esto de una pesadilla.

Me hiciste creer que los sueños se hacían realidad. No me vendiste ninguna moto, me diste las llaves.

De un día para otro me vi paseando de la mano de alguien. Alguien que me la cogió sin pedírselo. Para muchos, el primer día de relación es ese en que se besan o se acuestan por primera vez; para mí fue el día en que tus dedos de la mano izquierda se mezclaron con mis diestros.

Fue al cruzar un paso de peatones. Pero sobre él no había nadie. Por lo menos a ras de suelo.

Yo estaba flotando. Como los sueños que tenía los días anteriores. Volaba. Sin miedo.

Hasta entonces, cuando soñaba que era feliz, deseaba despertar. Sabía que era una ilusión y no quería vivir en ella. Quería soñar, pero con las gafas limpias y los ojos abiertos.

Y, de repente, un día me despierto y veo que estoy soñando. Que estás ahí.

¿Cómo te voy a contestar a esa pregunta? No quiero engañar. Ni a ti ni a mí.

¿Qué por qué es ahora una pesadilla?

Porque estás ahí en cada momento. Exponencialmente. Desde el despertador hasta el… hasta el mismo despertador.

La culpa no es de la alarma. Bueno, la culpa no es de nadie.

Eso me digo. Eso me quiero decir. Porque la culpa es mía. Tras aquel «no es por ti, es por mí» y mi «¿estás segura?», no luché. Jamás sabré qué hubiese pasado, pero me arrepiento de que no pasase nada.

El «no molestar». Me cago en la puta.

Días, semanas, meses, años… Años, años y años. Y nada. El tiempo no cura. Estás ahí en cada momento. Aunque no sepa dónde está ese «ahí».

Tu diente, el torcidito, lo he visto en todas las chicas con las que he compartido algo. Desde un café a una noche.

Y así con todo lo demás.

¿Y tú me preguntas que cómo estoy?

[deja de pensar]

[se pone a escribir]

– Bien. Cuánto tiempo. ¿Y tú qué tal?

Publicado por

Alberto Cuadrado

Buenas noches (o lo qué sea), bienvenidos, gracias por estar aquí.

One thought on “[Suena una notificación]”

  1. Ojalá yo pudiera recibir un mensaje así…
    Lo veo en todas las esquinas, en todas los lugares, incluso estando sola me parece ver su sombra pasar, oigo su voz llamarme…
    Lo malo es que nunca me llegará ese mensaje, nunca tendré que pensar en la respuesta aunque desearía con todo mi corazón que existiera esa posibilidad…

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