Era lo que más deseaba. Que esa persona encontrase un trabajo en Alemania.
Corría la voz de que allí las condiciones eran buenas, se podría dedicar a lo suyo.
También podría conocer a alguien. Empezar algo.
Quería lo mejor para ese ser, pero lejos.
Muy lejos.
Entonces, pasó algo.
Se enamoró de Italia.
Empezó a viajar. A soñar. A sudar. A temblar.
(Casi) todo a distancia.
Alemania ya no estaba en su cabeza.
Alemania no era más, ni menos, que cualquier otro paradero.
A excepción de Italia, claro.
Ahora Italia estaba por todas partes.
En un paso de cebra. En un banco en el paseo. Disuelta en el café y en el agujero de un donette.
Un día Italia dijo ciao.
Se lo esperaba.
Creía que era lo mejor.
Que se pasaría rápido.
Se acordó de Alemania.
Se dio cuenta de que Alemania no hubiese sido solución.
Ahora vivía en Italia.
A cientos de kilómetros.
Pero en Italia.
Para siempre.