No, no voy a escribir en inglés. Pero «El italiano» quedaba un poco meh. Total, el cambio no es para tanto. Si esto fuese una peli de Antena 3, «The italian» se hubiese convertido en «Traición en la cabaña»; por ejemplo.
El italiano en cuestión fue mi acompañante en el vuelo de vuelta de Ibiza. En media hora (o menos) de vuelo, aquel tío tiró por tierra todas mis tonterías. O, al menos, gran parte de ellas.
Vamos allá.
El susodicho tenía entorno a 50 años. Y todo le daba igual. O nada.
Tenía un tatuaje en el antebrazo. Un oso de peluche con cosas clavadas. Sí, tengo 18 tatuajes, pero ninguno de los que se ven fácilmente son tan «¡Hala!» como el que él llevaba. No sé si me explico.
No vestía como «debe» vestir un hombre de su edad. Él se ponía lo que le apetecía.
En un vuelo de poco más de un rato, cenó. Se pidió una lasaña. Yo tenía el estómago tan cerrado que no me cabía ni un suspiro, y él se estaba clavando uno de mis platos favoritos. Puede que el único que hace sombra a la pizza.
Yo no hablaba italiano, él nada de castellano, pero me decía cosas como si ambos hablásemos la misma lengua. Sí, sé que se parecen ambos idiomas. Pero yo en ese caso le doy muchas vueltas a lo de «no me va entender…».
No paraba de reír. Todo le parecía curioso. Disfrutó (creo) de su lasaña, preguntó por casi todos los productos que ofrecía el personal de vuelo. No paraba.
No sé, lo mismo actuaba así porque tenía más miedo que yo a volar. Y necesitaba distraerse. A mí eso me da igual. Me quedo con lo que a mí me parece.
Pues eso, que no era la persona que piensa «media hora de vuelo, quédate quieto y no molestes». En su cabeza debería tener el pensamiento «media hora para hacer cosas. Todas las que pueda.»
Esta entrada tenía mejor pinta en mi cabeza. Justo lo contrario que una diadema. En fin. Hasta más ver/leer.